
A parte de una dieta adecuada y de la práctica de actividad física hay otra serie de factores que son importantes y que, muchas veces, no tenemos en cuenta cuando queremos cuidar nuestros huesos. Entre estos factores se encuentran el tabaco y el alcohol.
Está muy claro que fumar también contribuye a incrementar el riesgo de padecer problemas óseos. La realidad es que la densidad ósea de las personas fumadoras es menor que la de las personas no fumadoras, y eso es así al margen de la edad, la actividad física y el peso corporal. Sin embargo y por suerte, los efectos perjudiciales pueden en parte ser revertidos cuando se deja de fumar. En este sentido ciertos estudios han demostrado que un mes y medio después de que se haya dejado de fumar los indicadores en suero de actividad ósea ya son visibles y a medida que transcurre el tiempo va teniendo lugar una recuperación hasta el punto que con el tiempo se puede prácticamente igualar la densidad ósea de no fumadores. Son varios los motivos por lo que el tabaco es perjudicial para el hueso, uno muy evidente es que dificulta la circulación sanguínea lo cual condiciona la generación de hueso.
Pero al margen del tabaco, y desde el punto de vista de la densidad ósea, el alcohol también es un problema. De hecho las personas que toman cantidades elevadas de bebidas alcohólicas es más probable que padezcan osteoporosis y fracturas óseas. Y es que no hay que olvidar que el alcohol tiene un efecto diurético que favorece la pérdida excesiva de calcio por la orina, ralentiza el metabolismo del hueso, provoca alteraciones hormonales que dificultan la síntesis de hueso a la vez que aumentan su degradación. Y por razones obviar incrementa el riesgo de caídas (y por tanto de fracturas).
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